Hijos de Mercurio

agosto 09, 2016 Santoñito Anacoreta 0 Comments

EN LA ANTIGÜEDAD, el dios Hermes, entre los griegos, o Mercurio, entre los romanos, era considerado indistintamente patrono de los ladrones, los heraldos y mensajeros. De los primeros, porque se hizo costumbre que recurrieran a sus habilidades escapistas para apropiarse de lo ajeno. De los segundos, por la relación con la fugaz, volátil y poderosa palabra capaz de revelar o velar la verdad divina. También, se lo asoció con los médicos y la medicina por portar el caduceo o bastón de la concordia entre la inquina y el antídoto. Hoy, quienes nos dedicamos a la comunicación y muy especialmente los periodistas somos vistos como una mezcla de ambas devociones, devotos como somos a apropiarnos de los hechos y dichos que atestiguamos desde un punto de vista, así como de emplear las botas de siete leguas que soportan a la palabra en tanto medio para transportar la verdad o un aspecto de la verdad de tales hechos y dichos hasta el parecer comunitario. Respecto de lo tercero... A veces, en el intento de propiciar la concordia conseguimos más bien la discordia.

Días atrás una amistad tuvo a bien compartir en mi perfil de Facebook un reportaje tomado de Foro TV, de la empresa Televisa, donde se exponen —una de tantas veces más— casos de corrupción registrados en video por ciudadanos mediante sus celulares.

Lo relacionado a la posibilidad de grabar a los policías o a otros entes sociales por parte de cualquier ciudadano, no nada más quienes nos dedicamos al periodismo, es un tema delicado. Por mucho que se trate de figuras públicas, ello no los limita en sus derechos relacionados con su identidad, la cual está protegida y garantizada constitucionalmente como la de cualquier mexicano. Sí, es necesario reglamentar las circunstancias que pueden considerarse atenuantes o agravantes respecto del hecho y los dichos retratados en calidad de evidencia inculpatoria; pero, el conjunto de los ciudadanos no lee o ni se entera de los reglamentos y ello incide en que también las personas comunes cometan atropellos, en su leal saber y entender, contra las mismas autoridades y funcionarios públicos, contra pares civiles o presuntos delincuentes.

A eso hay que sumar que muchas veces, más de las que quisiéramos, las dichosas "evidencias" no son probatorias de lo que quien las registra o publica quiere denunciar desde el momento que solo capta parcialmente (por encuadre o momento de inicio y fin de la secuencia del suceso) el hecho, el que no siempre es descrito con suficiencia y más bien se presenta descontextualizado, lo que deriva en la tergiversación y perversión de lo expuesto en un franco y voluntario o quizá ingenuo y torpe sensacionalismo que deforma la opinión pública hacia los actores de lo acontecido.

Esto se agrava, como es comprensible, en lo que toca a los ciudadanos comunes, sin oficio periodístico o político, para quienes es fácil grabar subrepticiamente. Quienes nos dedicamos al periodismo sabemos bien que, desde hace poco tiempo, la ley permite (y obliga a los funcionarios públicos) grabar aquellas reuniones entre funcionarios y ciudadanos, por aquello del "no te entumas" y "no sea que digan que a Chuchita la bolsearon", sin que ello suponga una tropicalización del Water Gate. Sin embargo, tal no ocurre en otros ámbitos como el privado donde, por ejemplo, asambleas de asociaciones, sindicatos o cámaras empresariales están sujetos a acuerdos sin los que no es permitido registrar dichos y hechos. Acuerdos, por ejemplo, como los que derivan en la elaboración de documentos audiovisuales con probable utilidad legal para la fe de hechos por parte de un notario o como elemento de cargo o descargo frente al Ministerio Público o una autoridad judicial, o simple ilustración frente al interés de la opinión pública. El suelo entonces no está parejo sino chipotudo.
Si además se suma que los materiales son susceptibles de modificación, edición, alteración, así sea con un práctico fin aclaratorio de síntesis (quitar la paja) u otro, pues más complicado se ve que pueda reglamentarse a cabalidad sobre esto.

Quienes nos dedicamos al periodismo y la comunicación estamos obligados, por ética profesional y más desde la existencia de las nuevas tecnologías, a poner sobre aviso y solicitar la venia de un entrevistado para grabar audio o video e incluso tomar notas sobre un particular. Ante una negativa no podemos traicionar el principio. Desafortunadamente para nosotros como para muchas fuentes potenciales, la negativa a veces orilla a que recabemos y confirmemos los dichos por otros caminos tal vez más tortuosos, ingeniosos o truculentos en afán de allegar la verdad de un hecho o un dicho y afianzar lo recogido de memoria, resultando contraproducente y odioso el resultado para quien se negó en primera instancia, quizá al amparo de su derecho.

El pez por la propia boca muere y los periodistas estamos entrenados para echar el anzuelo. Cuando se nos declara algo off the record estamos obligados a respetar la secrecía, pero ello no obsta para que podamos insinuar, entre líneas, el hecho o el dicho en cuestión. Por eso muchas de las cosas que escribimos, sobre todo en los artículos de fondo como este, crónicas y reportajes, parecerían crípticas para el común denominador de los lectores no acostumbrados a leer entre líneas. Y también ocurre que muchas veces los mismos declarantes, queriendo ocultar los verdaderos motivos y datos entre su discurso sueltan sin querer o queriendo información que nosotros sabemos interpretar, deducir, asumir como indicio a partir del cual hemos de escarbar en otras fuentes para ampliar el dato. Por supuesto que no estamos exentos de yerros. De ahí que, aun antes que depender de un adminículo como una grabadora, lo hagamos de nuestra perspicacia, olfato, capacidad de observación. Algunos, incluso, tenemos la habilidad para leer de cabeza o al revés y, a ojo de pájaro, detectar algún dato en un documento suelto o un gesto no verbal que nos da pie para tirar de la línea para que el pez solo se ensarte, y guardamos en la memoria la referencia para, en su momento, tender la red discursiva que envuelva a la presa cebada, se trate de un funcionario público, una autoridad o un ciudadano común relacionado con la verdad de un hecho o un dicho específico. De ahí que luego seamos vistos, en tanto testigos, con desconfianza, temor, o seamos tachados de mil linduras. Siempre es más fácil culpar al mensajero, incluso "matarlo" para que no se remueva el fango. Y vivimos constantemente en el filo de la navaja, como digo en un artículo de próxima publicación.

De ahí que, de la mano de la necesidad de reglamentar estos asuntos, se atienda la sutil frontera entre el trascendido y la difamación. La segunda, en buena medida queda salvada mediante el registro puntual de los pelos y señales de un asunto, cuando se da la oportunidad que no siempre resulta cómoda o conveniente para la parte con función de fuente informativa. Mas el primero, aun teniendo como base dichos y hechos concretos, por ser medianamente evidentes o conocidos de modo subrepticio, se presta para que el indiciado alegue de manera abierta alguna aparente infidencia con presumible propósito difamatorio.

Pongo un ejemplo cercano: recientemente, en la inauguración del Paseo de Las Marinas por el alcalde Edgar Olvera Higuera, así como hice con otros funcionarios ese día, me acerqué a Mauricio Rojas, Subdirector de Capacitación de la Dirección de Seguridad Ciudadana y Jefe de la Corporación de la Policía Montada, en un intento más por obtener su declaración para conocer su punto de vista y datos relevantes sobre dicha corporación luego que algunos representantes vecinales se han mostrado opuestos a la presencia de la Montada en zonas residenciales de Naucalpan. Considero no nada más importante, sino fundamental darle al funcionario voz y réplica frente a las denostaciones públicas de aquellos; para que el público lector pueda formarse un criterio lo más neutral y objetivo posible a partir del contraste de las distintas fuentes relacionadas y contradictorias y en relación con el reportaje que al respecto vengo preparando. No es esto sino el fundamento del periodismo de veras comprometido (no aquél que en la etiqueta del compromiso solo implica la adhesión a una particular visión partidaria sobre un asunto).

Momentos antes había entrevistado justo a su superior, el Comisario y Director General de Seguridad de Naucalpan, Arturo Rodríguez, quien respondió amablemente. Mauricio, también con gran amabilidad, advertido de que no estaba yo grabando si no daba su venia, me pidió que agendara con Guillermo Torres, el Director General de Comunicación, una entrevista para que también él estuviera presente, inseguro como se siente por la falta de oficio político frente a los medios. Yo acepté por decente razón protocolaria y de inmediato solicité a uno de los miembros de dicha dirección, presente cerca, que considerara la posibilidad. Anotó mis datos y quedamos en agendar la cita, la que a la fecha todavía no me ha sido dada. Charlamos y comenté al funcionario Rojas, sin preparación policiaca ni en temas de seguridad más allá de su experiencia en la creación del concepto Cadena de Vecinos, que era importante conocer su postura dado que el tema ya venía tomando tintes políticos, a lo que se limitó a decir: "Es que yo no soy político, solo soy un ciudadano".

Está bien que un funcionario se entienda primero como ciudadano. Eso, por principio de cuentas, lo coloca en una posición de honesta e inocente vulnerabilidad capaz de justificar cierta empatía con el resto de la población. Pero privilegiar la condición de ciudadano sobre la de funcionario y además enfatizar una postura apolítica como pretexto o limitante para enfrentar las preguntas que un periodista u otro ciudadano pueda hacerle, ya da qué pensar sobre el soporte, capacidad y visión con que puede estarse estructurando y funcionando en una posición de gobierno de tal estatura por muy buena voluntad e ideas que se tengan.

Por supuesto que nada, fuera del sentido común, lo obliga a contestar los cuestionamientos míos o de nadie en general, como hizo esa vez y otra antes, cuando, invitado para exponer en conferencia su idea de Cadena de Vecinos justo por un vecino de mi fraccionamiento La Florida, donde dicha oposición a la Montada por parte de la presidente de la asociación Colonos de La Florida, la Dra. María de Lourdes Fromow, ha supuesto un desgaste institucional mal manejado, le planteé la posibilidad de aprovechar la ocasión para aclarar el punto. "Yo no vengo como funcionario, sino como ciudadano", me dijo. "Ese tema lo tratamos en la oficina, si quieres", remató. Quién le iba a decir que, en su cara, al final de su conferencia, Ma De Lourdes Valdes Fromow, quizá desconocedora del cargo del funcionario, arremetería insistentemente contra la Montada, conminando a los vecinos presentes a firmar contra la corporación, mientras él ¿llevado por la prudencia? ni se inmutó.

Así, lo mostrado en el video de abajo tanto como lo expuesto en las líneas anteriores ponen en evidencia justo la dificultad a que nos enfrentamos primero los profesionales de la comunicación y enseguida los diletantes entusiasmados por el poder que da un celular en la mano, de una parte; y, de la otra, los que, obligados a actuar de un determinado modo, conforme a unas expectativas sociales y públicas, en su impericia o en su indolencia o en su ciega voracidad se ensartan solos frente al villano periodista.



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