¡A zapatazos!, porque soy tu padre

febrero 02, 2016 Santoñito Anacoreta 0 Comments

EN DÍAS PASADOS, el 30 de enero de 2015 para ser preciso, el gobierno municipal de Edgar Olvera, en medio de un conflicto con el sindicato de trabajadores al servicio del ayuntamiento SUTEyM, detonado por el despido de un grupo de trabajadores del OAPAS, entregó nuevos uniformes a personal de dicha institución de manos de su nuevo director, el polémico Francisco J. Santos Arreola y la primera dama y presidenta del DIF Municipal, Liliana Carbajal Méndez. E informó sobre esto con bombo y platillo así:
La Presidenta del DIF Municipal, Liliana Carbajal Méndez y el Director del OAPAS, Francisco J. Santos Arreola, hicieron entrega en la primera etapa, 36 uniformes de trabajo: pantalón, camisa, playera, chamarra, impermeable, gorra, zapatos y botas, para 8 operadores de equipos de succión, 8 ayudantes y 2 operadores de maquinaria pesada; en una segunda etapa se dotará de uniformes nuevos a los 230 trabajadores del departamento de Drenaje y Alcantarillado.
Unos días después, el 1 de febrero, el sindicato “alertó” con un “aviso urgente” a los agremiados sobre dicha entrega de uniformes:
Compañeras y Compañeros no se dejen engañar con "actos bondadosos" de esta administración, pues los zapatos que les quieren "regalar" haciéndolos firmar un vale son los que se nos quedaron a deber del ejercicio 2015 y que por un error de la empresa llegaron hasta el día 11 de enero. Chequen la fecha de facturación y la fecha de entrega; nosotros ya solicitamos que sean entregados para hacérselos llegar, pero la administración se niega a ello VIOLENTANDO el Contrato Colectivo. 
¿Cómo se le llama a eso?



El horno en las relaciones obrero-patronales no está para bollos. Parecería que aclaraciones como esta, hecha por la representación sindical, atizan el fuego —y no el suscitado en el predio La Victoria— porque en aquello de verdades no hay nada escrito ni absoluto, y así como una parte ostenta y sustenta su verdad, la contraparte hace lo propio.

Los conflictos no son malos. Ocurren en todas las formas de organización. La gracia está en comprender que, en tanto forma para canalizar las “energías”, es decir los modos de interpretación del estado de las cosas, el conflicto funciona como un pivote. Saberlo regular mediante el diálogo propicia el entendimiento, lo contrario hace que derive el conflicto a un franco problema que ya requiere soluciones de más fondo; y, peor, cuando ese problema se manifiesta con alguna forma de violencia.

Naucalpan está en conflicto, sí, pero no está emproblemado. No al menos en los temas que ahora nos ponen en el escaparate los actores políticos. No se trata de una distracción, pero puede convertirse en una desviación que merme los esfuerzos más dedicados a otras tareas tanto o más importantes; a resolver necesidades más imperiosas que la de pulsar en unas vencidas insulsas solo para determinar quién es el más fuerte.


Quienes están a cargo de la comunicación tanto del sindicato como del gobierno municipal están errando en algo fundamental: pecan de parciales y de viscerales. Es cierto que se deben a quienes los mandan. La función del comunicador organizacional y del comunicador institucional estriba en hacer posible que la imagen y los mensajes consoliden a la organización o a la institución, según se trate, como entes comprometidos con lo que los define y sobre todo con la sociedad. Jamás el comunicador interno es un títere de los intereses a los que sirve, aun cuando sea uno de sus principales objetivos atender al clima interno con mensajes alentadores o pasar el dato que la cabeza quiere o necesita que se dé a conocer entre públicos específicos. Es un agente de cambio —en tanto que el cambio supone una redundancia, un freno natural a los impulsos negativos que pueden trastocar un sistema—; pero es un agente que no puede perder de vista la importancia del diálogo entre quienes componen el sistema. Es un agente que detecta necesidades para informar sobre ellas, aun antes que un mero repetidor de mensajes.

Pero está visto que, en nuestro país, el papel de la comunicación organizacional, la institucional, las relaciones públicas (que implican toda una filosofía de servicio) sigue siendo mal comprendido, mal empleado, mal dimensionado, mal dirigido, acotado a solo proveer o allegar información a modo, mediante boletines, declaraciones de prensa, protocolos ramplones, mensajes membretados, edecanes de no mal ver, fotografías para el registro. Y, esto, lo mismo en niveles de la Presidencia de la República como en los municipales, en las grandes corporaciones empresariales como en otras instancias, no por pequeñas, menores.

Mientras el gobierno municipal ostenta una Dirección General de Comunicación de cierta oscuridad en su estructura, funcionamiento y alcances, SUTEyM Naucalpan carece, a diferencia del capítulo estatal, de un área de prensa. Y no es que haga falta para generar noticias, estas las cazamos al fin de cuentas los que nos dedicamos a esto. Me refiero a que falta el elemento clave capaz para dirimir y mediar en los conflictos, los que por lo común acaban en las manos tanto torpes como medrosas de diversos profesionistas como abogados, administradores, periodistas, mercadólogos, secretarias o funcionarios sin el preciso oficio o la adecuada noción, pero bien intencionados. Y que conste que reconozco que algunos colegas —si no, yo mismo– tampoco somos los ases bajo la manga.
Así andan pues las cosas en la comunicación entre las partes en Naucalpan, entendiéndose a chanclazos. ¡Y ni así!

Para al anecdotario: me acordé de cuando mi madre, ya siendo yo un púber y adolescente, tuvo la puntada de corregirme a chanclazos (golpeando con la chancla sobre objetos, no en mi cuerpo). Años más tarde, siendo yo un adulto, frente a una tía y para demostrar que era mi madre, quien mandaba, me tomó por sorpresa en una discusión en la cocina y dio un sopapo sobre la mesa espantándome de tal modo que hasta me cortó la respiración. ¡Me privé del susto!, como sólo me había pasado unas cinco veces en mi infancia por otros motivos. Salí corriendo, aunque en la escalera estuve a punto de desvanecerme.

—¡Qué bárbara eres, Tere!— comentó mi tía minusválida, tan espantada como yo, entre risas y atragantándose el bocado.

—¡Para que no se olvide que soy su madre!— remató histriónica. Entonces le llegaron juntos el arrepentimiento y el recuerdo de cuando mi abuela, siendo ella joven y con poco tiempo de casada, también en la cocina, aceptó el reto de mi papá:

—Doña Luisa, Tere y yo estamos casados, usted ya no manda sobre su hija.

—¡Que no?— dijo airada mi abuela, se encaminó a mi madre que lavaba los trastos despreocupada, la volteó del hombro y le dio una bofetada para azoro de mis padres.

—¡Pero… mamá! ¿Por qué…?— preguntó indignada Tere.

—¡Por que soy tu madre!— remató mi abuela, miró altiva a mi papá y se retiró de la cocina.
Mi papá reía divertido. Mi mamá, amándolo como lo amaba, lo miró con odio, se transformó y desahogó su ira arrojando al suelo cuanto plato acababa de lavar, toda la vajilla.

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Mi cartón "Paréntesis", a partir de la foto "Lanzando el zapato de un policía anti-motines durante una mobilización contra el TLC en Seúl, el 11 de noviembre del 2007". (Foto: Ahn Young-joon, AP)


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