Carta a un candidato independiente

enero 03, 2016 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Foto: El Universal
DÍAS ATRÁS, REFLEXIONANDO sobre la política en mi México lindo y querido, sobre los avances, retrocesos y trampas del sistema político imperante; siguiendo con las ideas que he venido dando forma en la posibilidad de aspirar a una candidatura independiente, entre en broma y en serio, escribí la siguiente carta a uno de los candidatos independientes más sonados de las pasadas elecciones y, quizá, el de más rancia prosapia política.

Por supuesto, la carta, aunque dirigida a una persona en particular, en realidad ha de proyectarse a otros candidatos independientes, así los que resultaron por fortuna electos como los que no; los que tomaron el adjetivo "independiente" como bandera de autenticidad, como los que se escudaron el el concepto para evadir el menos honroso de "chapulín".

Enseguida el cuerpo de la misiva que de ninguna manera pretendo se vea como panegírico, panfleto ni catilinaria. Acompaño por ahí con un video que el diputado difundió días después de yo escribir y enviar esto. ¿Deberé tomarlo como respuesta?
Como a muchos mexicanos, la situación del país me preocupa. Por años me he dedicado en mi calidad de comunicólogo y ciudadano al análisis de los acontecimientos que han escrito nuestra historia moderna, y en las oportunidades que he tenido en mis incursiones en los medios he plasmado mis ideas al respecto de temas políticos. Mis inquietudes personales en el ámbito literario y de la comunicación me han llevado a explorar un poco más a fondo de lo común ciertas situaciones y regiones de nuestro país, sin que por ello pueda decir que conozco a fondo la realidad nacional. Lejos estoy de ello como la mayoría; sin embargo, creo tener un poco de claridad sobre el México que quiero, que queremos. 
Tras revisar mis sitios e incluso mi canal en YouTube usted podrá notar que de alguna manera mis ideas pueden o pudieron aportar algo, por lo menos, para la reflexión incluso de tópicos como el que usted abrazó al lanzarse como candidato independiente, o la discusión alrededor de los votos nulo y blanco. 
En fechas recientes y motivado por las experiencias al “rozar” el poder político desde mi humilde trinchera de escritor, me ha surgido entre en serio y en broma —así lo he dicho a propios y extraños; ya se sabe, que entre broma y broma la verdad asoma— la peregrina idea de abrazar la posibilidad de lanzarme como candidato independiente ya a la gubernatura de mi estado, México, o ya de plano para competir por la presidencia nacional. 
Digo “en broma” porque alguno me ha conminado a hacerlo por el puro prurito de explorar la aventura y redactar la novela sobre las vicisitudes de un candidato independiente. 
Digo que “en broma” porque, cuando uno analiza la circunstancia de la política nacional, parecería que solo los “iniciados” pudieren aspirar “legítimamente” a hacer válido el manifiesto derecho constitucional de ser votado, de aspirar a un cargo de elección popular. (El tema de cómo defino al voto en tanto forma de expresión lo he abordado en unos videos en mi canal.) 
“En broma” porque a ojos de la mayoría parece, resulta ridículo, que cualquiera esté dispuesto a levantar la mano desde el “anonimato” de ser un simple “hijo de vecino”; porque en el entender de la mayoría parece que solo los llamados “políticos de carrera”, “de estirpe” (de los que se alega no la tienen y se pretende legislar para que la construyan, como si eso garantizara que no resolvieran con tanta o menos estupidez que cualquiera sobre los asuntos importantes) tienen la canonjía de pertenecer al gremio bendecido con la ostentación del poder. 
Digo “en broma” porque dada la real manera como sucede la política, el derecho constitucional fuera poco menos que letra muerta de la que se rescatan solamente la urna y el sudario del sufragio ¿efectivo? 
Digo “en broma” porque, cuando expreso mi propósito, los otros sonríen y, aunque condescendientes, me comparan con los candidatos independientes que han tenido a bien y con cierta torpeza o valentía como usted exponerse al escrutinio popular. Así, me convierto en una “broma barata” como la de algún payaso, ocurrencia histriónica como la de alguna actriz famosa, o discutible prestigio como el de algún heredero de rancio abolengo o de algún ídolo de barro. 
Digo “en broma”, porque se acepta como natural que personas como usted o aquel otro, con apoyo económico, moral, social e instalados en el centro de determinados intereses creados, no nada más aspiren a, sino consigan posiciones desde las que poder, dicen, intervenir en el destino de la localidad, la región o el país; de cierto sector económico, social, cultural o político. 
Digo “en broma” porque parece que la política, más que los políticos, se ha convertido en la definición misma del divorcio entre lo necesario y lo posible; y esto por más que personajes como Margarita Zavala pretendan hacernos creer, disfrazando sus claras intenciones, que propugnan por una dignificación de la política —que sí, buena falta le hace—; o como Andrés Manuel López Obrador que comete desatino tras desatino en sus pretensiones por estar anclado a un discurso ya no digamos populista —que no tiene nada de reprobable en estricto sentido— sino enteco por caduco. Porque como parte de ese distanciamiento, la política, en tanto gueto y coto, ha sido asumida —lo peor del caso— por la misma ciudadanía como un algo vedado para el ciudadano vulgar, al que se le dejan todos los otros derechos como para que no alegue. 
Digo “en broma” porque de veras que las reglas establecidas para supuestamente abrir el derecho lo complican, como usted bien sabe y ya experimentó y está, entiendo, en el afán por reformar. Porque parece un mal chiste, un chiste imbécil, pedir ciertos requisitos a un ciudadano, digamos un indígena o un campesino o un obrero interesados legítimamente en gobernar su municipio, su estado o el país —como emulando a Juárez, pero desde la autonomía e independencia de ser quien sencillamente se es— cuando es claro que difícilmente podrá cubrirlos por el solo e inicial hecho de ser a ojos del sistema político simple, solamente nadie, ninguno. ¿Juntar firmas? ¿Recabar copias de identificaciones? ¿Presentar un proyecto y plan de campaña respaldado por… simpatizantes o militantes de qué o qué, si por definición es eso, nadie, ninguno? ¿Programar un presupuesto cuando apenas se tiene para subsistir, lo que no implica que las ideas de lo necesario para un buen gobierno estén igual de desnutridas que el cuerpo y la familia? El deporte nacional del ninguneo cobra aquí, así, carta blanca para la burla del ciudadano común y su derecho de gobernar a los suyos como ya de por sí hace consigo mismo día con día.

Digo “en broma” y siguiendo la idea anterior porque nos parece más gracioso y normal ningunear a Chucho y Jacinta como ineptos para gobernar, sólo por ser albañil o costurera, por carecer de una capacitación sobre el ejercicio de las funciones públicas —como si hubiera una escuela para gobernadores, legisladores y padres; como si practicar la transparencia y la rendición de cuentas fueran cosa distinta de la más elemental honestidad; como si votar leyes implicara algo más que solo asentir haciendo acto de presencia en una curul. 
Sí, “en broma” porque ninguneamos a nuestros iguales, aun cuando comprenden las finanzas públicas desde la ominosa realidad del bolsillo que les establece los límites para comprar la torta que contiene el jamón producido por una de esas grandes industrias que navegan en las procelosas aguas de la Bolsa de Valores; porque aun cuando creen que es una mentada de madre pagar IVA por los productos básicos finalmente terminan pagándolo en las otras imposiciones fiscales yuxtapuestas en menoscabo del derecho constitucional que prohibe el cobro de impuestos sobre impuestos. Yo preferiría pagar con certeza solo dos impuestos, IVA e ISR, que ser como soy víctima de la creativa simulación hacendaria que ante su ineficacia por siglos se ha dedicado a inventar y reinventar diezmos. 
Digo “en broma” porque, en el circo multipista, ya no mueve a admiración y respeto el deseo legítimo por incidir de manera positiva y constructiva en lo que nos atañe; basta solo esbozarlo para que los otros tachen al interesado en servir de veras de lapa o vividor, eso sí, sin dejar de aplaudir y vitorear la ocurrencia de treparse al trapecio donde se mece el cinismo atado al seguro de la hipocrecía y dependiente de la red de la corrupción. Es tal la desconfianza y el descrédito, por no decir además la desigualdad comparativa entre los emolumentos de unos y otros, ciudadanos comunes y funcionarios y tribunos, que solo expresar el afán por ser candidato mueve a suspicacia: “Este quiere un hueso, vivir del sistema”, murmuran las malas y las buenas lenguas. 
Pero también lo digo en serio, que me gustaría lanzarme como candidato independiente al gobierno estatal o la presidencia, no por desdeñar los cargos “menores” de elección popular, sino porque creo que la transformación que necesita el país requiere trasladar la visión tenida por decenios hacia una más sensible, menos administrativa, técnica o diplomática, sin dejar de ser esto por completo. Porque creo en la máxima esotérica: como es arriba es abajo. 
Tal vez mi formación —o deformación— profesional, como ocurre con quienes nos han gobernado hasta nuestros días, me lleva a tener una perspectiva distinta de la política; no sé si mejor o peor. Pero cuando digo en serio que quisiera ser candidato independiente y lo comento a otros, invariablemente aparece en sus rostros una mirada, un gesto que solo puedo interpretar como de “pobrecito iluso”. Alguna amistad llegó a decirme con todas sus letras en un discurso compasivo: “Toño, no quiero desmoralizarte; si crees que puedes tener alguna oportunidad, adelante, yo te apoyo. Pero considera que antes tienes que pasar por el terrible filtro del sistema”. Inmediatamente llegó a mi memoria el recuerdo de la anécdota contada por Miguel Alemán Velasco de cómo se inició en la política: 
Miguel Alemán Velasco y su padre,
Miguel Alemán Valdés, presidente de México (1946-1952)
Foto: Wikipedia
—Papá— dijo cierto día al expresidente Miguel Alemán Valdés durante la comida en casa. —Ya decidí que quiero meterme a la política. 
—¿Estás seguro?— preguntó el exmandatario y el joven asintió. Acto seguido el padre llamó a uno de los criados de la casa y le instruyó algo en secreto. —¡Esto hay que festejarlo!— afirmó. 
Minutos después el criado regresó con un plato cubierto con una campana que colocó delante del joven abogado, quien se mostró sorprendido y sonrió con visible emoción. 
—Eso es para ti, hijo. Es un plato especial que pedí para ti dada la ocasión y tu noticia. Adelante, disfrútalo. 
El joven retiró la campana y ante él y los presentes en la mesa saltó el asqueroso tufo de la mierda de perro servida en el plato con esmero de alta cocina. 
—¿Qué es esto!— cuestionó asqueado. 
—Hijo, si puedes comerte ese plato, entonces tienes mi bendición y total apoyo para tu carrera política. Si no puedes comer mierda, mejor mantente a distancia. 
Miguel Alemán Velasco, José Antonio de la Vega Acuña
y Adolfo López Mateos.
Foto: Archivo VETA Creativa
Miguel Alemán Velasco no aclaró la vez que le escuché contar esta anécdota en alguna entrevista de televisión hace años si siquiera probó un cacho de excremento, pero la metáfora, entre broma y en serio, quedó clavada en mi memoria y ahora, entre broma y en serio, me pregunto frente a mi reciente contacto “de rozón” con el ámbito de la política si yo tengo el estómago, si cada paso en la política necesariamente es para atravesar un estercolero. 
Me siento, al escribir esta misiva, como el joven poeta ilusionado en su intercambio epistolar con Rainer María Rilke —aunque usted y yo somos, por edad, casi de la misma camada. 
Amistades y conocidos, al oírme decir mi consideración, sin falta exclaman y cuestionan la seriedad de mi idea, aun cuando tiempo atrás pudieran haberla alimentado diciendo que, si algún día me inclinaba por ese derrotero, el de la política, me apoyarían. 
Hoy, diciendo en serio que quiero, alzando la mano —en broma y en serio ya lo hacía desde las elecciones de 2012— para atreverme a dirigir los destinos de mi estado o mi país, miro alrededor y frente a las nuevas normas me pregunto: ¿quién está conmigo; quién detrás, con cuánto en contante y sonante; quién en lo moral; quién haciendo equipo? Y me veo, como toda mi vida, solo.  Me veo como Zaratustra, bajando de la montaña para encontrarme con un mundo donde los hombres son entre sí ajenos. 
Hoy firmo mis textos con mi nuevo pseudónimo: “Santoñito Anacoreta”, aun cuando sin ser santo creo en la providencia y en mi soledad y relativo aislamiento, desde la ermita de mi vena poética oteo el panorama circunstancial de mi México y, toda proporción guardada, como aquel “mártir” de Lomas Taurinas veo uno doliente y adolorido, un México harto pero insaciable, pobre en lo material pero rico en espíritu, burlado y no obstante brioso cual burel de casta brava; un México dubitativo, temeroso, vapuleado, víctima de las vejaciones de la codicia, noble, vasto, generoso, solidario, dispuesto, festivo. Pero también veo uno indolente, apático, oportunista, convenenciero; uno que halla en lo simple lo complejo y hace de la complexión perversa la virtud para escamotear la norma. 
No falta el que, apegado a la lógica más elemental, me sugiere primero aspirar a lo básico, trazar una “carrera”: funcionario, delegado, regidor, munícipe y así sucesivamente. ¿Dónde, cómo si no es bajo la estructura de algún partido de esos con los que no comulgo sino de manera muy parcial y sincrética? 
Antes de morir mi madre hace seis años le cuestioné —por supuesto la anécdota no es exacta en mi transcripción—: «Si me decidiera algún día por incursionar en la política, ¿dónde, en qué partido me ves?» 
El autor entre sus padres (1978).
Foto: Archivo VETA Creativa.
—¡Mmh! Aunque eres crítico, no te ubico en la izquierda, porque no eres radical en tu pensamiento y actuar; tiendes más a la moderación; execras la violencia, aun cuando puedes ser explosivo. Puedes tener ideas y procederes revolucionarios y eres demócrata, me consta, y a carta cabal; pero no te ubico en el PRD, a menos que este partido fuera más socialdemócrata. Pero, aunque te bauticé y confirmé bajo mi credo católico, te has definido agnóstico y humanista por lo cual tampoco creo que tengas mucha cabida en el PAN, en especial respecto de su ala de extrema derecha; eres todo menos ortodoxo. 
—¿Me estás dejando como única opción el PRI?— pregunté sorprendido. 
—Tampoco. Aunque has crecido bajo ese “sistema político” por tu historia generacional, no creo que tu carácter te permita ceder o conceder espacio y tiempo a maneras que van contra tus principios. 
—¿Entonces?— inquirí azorado, confundido. 
Jorge Castañeda.
Foto: Santi Burgos, El País
—Ni modo que te lanzaras de forma independiente. Eso no existe en nuestro país. Ya ves el relajo que hizo Jorge Castañeda con su vacilada— expuso, recordando cuando el escritor y ex-secretario de Relaciones Exteriores en el período de Vicente Fox hizo su intentona, la que llevó a tribunales internacionales sentando un importante precedente del cual hoy abreva nuestra democracia. 
En fin, ya me alargué demasiado. Resumo el trasfondo de mis intenciones: 1) quiero ser o gobernador o presidente, no por ambición desmedida o petulancia o soberbia, sino porque creo tener el mismo derecho de cualquiera; derecho que no obliga a incursionar en una odiosa, manipuladora meritocracia donde el mérito es generalmente dictado por los infames triunfadores para el mantenimiento perverso de una cómoda medianía sociocultural, socioeconómica y sociopolítica; donde la mediocridad es la norma y la excelencia la excepción que la confirma. 
2) Porque, ya en serio como en broma, las cosas que nos aquejan a los mexicanos son o deberían ser tarea de cada uno y de conjunto, atendidas con la sensibilidad del poeta capaz de ver más allá de la superficie del discurso para construir mundos, ciudades, campos posibles, realizables. 
3) Pero no sé cómo ser candidato independiente cuando no cuento con recursos ni padrinos, cuando no tengo muchedumbres de simpatizantes, porristas, inversores, creyentes; vaya, dudo incluso de contar con más de unos pocos lectores. 
Ser candidato por parte de un partido es relativamente sencillo, se cree. Basta con una plataforma ideológica, la del partido, una estructura organizacional, financiamiento —otorgado bajo criterios discutibles por un Instituto Electoral—, entre otras cosas como el inexcusable estilo personal. El nombre es construido aun antes de cualquier campaña en los protocolos de besamanos y en las cofradías de militantes. 
Ser candidato independiente, y no morir ya no digamos en el intento sino incluso a riesgo de ser nonato, es arduo ya nada más desde la idea, desde la aspiración misma de dejar de ser nadie, para ser alguien al servicio de los otros, de las causas comunes, del bienestar de los mexicanos. 
¿Qué, cómo hacer? ¿Claudicar cuando ni siquiera ha sonado la campana? ¿Quién determina la posibilidad? ¿Ser candidato independiente de la mano de un partido político? ¡Qué incongruencia! ¿A qué puertas tocar más seguido, a la del vecino, a la del político diletante, a la del “político profesional”, a la de la propia conciencia? 
Temo que la figura del candidato independiente, mientras no sea abordada en su trasfondo filosófico básico, en sus posibilidades sociológicas fundamentales y se legisle a tontas y a locas no pasará de ser un sueño guajiro o, peor, una moda, un pretexto del cual los mismos políticos de siempre habrán de alimentarse para construir puentes de salvación en caso de resultar víctimas del ninguneo partidista. Así, la candidatura independiente corre riesgo de volverse un enmascaramiento para los chapulines y las ranas que, frustrados en sus aspiraciones, puedan abrazar la figura y proclamarse adalides de la democracia. O, también cabe, que se convierta en el pretexto para el trepador dispuesto a comer mierda con tal de gozar las mieles que acompañan al poder. 
Temo que, junto con los groseros adefesios esperpénticos que son las candidaturas de coalición, las independientes se sumen a la colección de estúpidas monstruosidades con que los mexicanos nos hemos divertido e ilusionado a lo largo de la historia política del país y, por ende, el derecho constitucional que las soporta y nos asiste como ciudadanos quede en una linda y buena intención. Por supuesto que no lo deseo desde que me considero de los primeros defensores del concepto. 
Pienso que la candidatura independiente y su compañera, es decir la participación ciudadana franca y determinada que es el escalón faltante en la construcción de nuestra democracia, son los factores clave para fincar una democracia de veras madura, quizás los primeros pasos hacia un sistema parlamentario más ad hoc con nuestra idiosincrasia y nuestras vocaciones social, cultural, política, económica y ecológica. 
Para gobernar, como para otros ámbitos, nunca está de más y es deseable desarrollar una actitud estética, es decir sensible a la fuerza de lo necesario tanto como a la holgura de lo libertario. 
Parafraseando a Shakespeare me cuestiono: ¿Ser o no ser candidato independiente? He ahí el dilema… 
¿Y usted, qué opina? 
Reciba un respetuoso abrazo y quedo de usted S.S. dejándolo en libertad de exponer esta carta a quien juzgue útil y necesario, así en el Congreso como en donde guste toda vez que por mi parte la incluiré entre mis publicaciones.
P.D. (no incluida en la carta original):  En esta disertación me faltó decir una premisa clave, elemental, conocida de todo estudioso del liderazgo: nadie puede autonombrarse líder de nada, aun cuando el poder (en alguna de sus nueve formas) lo ejerza naturalmente. El líder solo puede ser reconocido y encumbrado por sus pares ciudadanos, de otro modo solo juega al reyezuelo.

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